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I + D

Música y gastronomía al servicio de la tecnología

11/02/2021

Compartir momentos y aprendizaje con gente inspiradora y desestabilizadora es probablemente nuestra mayor fortuna. Personas de enorme talento, pero sobre todo de gran valor humano, nos han ayudado a lo largo de estos más de 20 años, a multiplicar una manera especial de habitar la gastronomía, demostrando que la posición de una partícula nunca será tan interesante como el movimiento que es capaz de generar.

En un encuentro casual hace años, nos encontramos con dos cómplices mientras explorábamos otros caminos: Ben Houge y Jutta Friedrichs. Él, además de ser profesor en Berklee College of Music, es un músico compositor de muchas bandas sonoras de videojuegos donde la interacción con el usuario es una de las claves de su trabajo. Ella, es una diseñadora de productos y mentora en la universidad de Harvard que es capaz de aterrizar cualquier proyecto por imposible que parezca. Juntos hacen un tándem formidable, y durante muchos años diseñaron Food Operas donde diferentes músicas tonales iban sonando en un menú de un restaurante para generar armonías en conjunto. La conexión entre nosotros surgió rápidamente, y empezamos a trabajar en una experiencia interactiva para el año 2018, el año en el que Mugaritz celebrara su XX aniversario. 

La idea era reproducir una experiencia social de comunión, algo que ya habíamos hecho con anterioridad con unos simples morteros. En este último caso lo que ocurría era que números morteros saliesen a la vez a la sala, para que cada uno de los comensales utilizará el suyo propio, pero no se trataba de un ejercicio individual, sino que colectivo: simultáneamente todos los comensales comenzaban a triturar y machacar con ayuda de la masilla. Lo curioso era que este gesto implicaba, sin saberlo, un ejercicio de complicidad entre todos al hacer de manera involuntaria una especie de música percutiva tribal.

En el proyecto que empezamos a trazar junto con Ben y Jutta el reto principal era pasar de lo analógico a lo digital. Para dicho propósito, generamos una experiencia participativa donde a través de una interacción con el plato y el bocado, los comensales participaban en una experiencia sensorial, creando una melodía entre todos.

Lo gastronómico estaba en segundo plano, lo verdaderamente significativo era que cuando alguien tocaba ese alimento diferentes sonidos reverberaban desde la vajilla iniciándose una sinfonía tonal y colaborativa entre todas las vajillas y llevando el momento hacia la magia.

 

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